jueves, 31 de enero de 2013

Hospitalidad, tapa incluída


             Créanme, en mi barrio somos especialmente hospitalarios. Nos gusta recibir a los visitantes con los brazos abiertos, es una de nuestras señas de identidad. Otra, ahora lo recuerdo, es que el camión de la basura sólo recoge aquí residuos generados por los no residentes, por los foráneos. Nosotros no lo necesitamos, se diría que somos precursores del reciclaje humano.
              Tenemos, por otra parte, en el barrio, dos locales bien pintureros. Uno es la tienda de Don Baldomero, el vendedor de adioses, que tiene la costumbre de secar almas ajenas en unas cuerdas de nailon. Y sobre todo, el bar del Gorín, con su bien merecida fama de poner las mejores tapas del mundo. Son únicas, algunos dicen que arrastran un sabor a pasados perdidos, a sueños perdidos. A seres perdidos, en cualquier caso.
              Me gusta mi barrio, lo mantengo. Lo mantendré también esta tarde, cuando vengan a visitarme el casero y el oficial del juzgado, con la orden de desahucio. He avisado a algunos vecinos, no hay problema. Fieles a nuestra consabida hospitalidad, los recibiremos con los brazos abiertos. Por lo demás, el camión de la basura está preparado, y Don Baldomero ha empezado a tensar dos cuerdas nuevas para la colada.
              Mañana no me pierdo el aperitivo en el bar del Gorín. Sospecho que habrá tapa doble.

domingo, 27 de enero de 2013

Mecánico de ocasión


              No había remedio. A la vuelta de aquel viaje finsemanero, un biombo de silencio y desamor parecía haberse instalado allí mismo, entre los dos asientos delanteros, un biombo apenas vertebrado por la palanca de cambios. Ya no se trataba de nuestras miradas, sino de sus ojeras y mi rimel. Un instante después, el monovolumen se detuvo en seco, averiado (también, pensé) en mitad de una niebla desolada. Ramón salió al arcén, desesperado, buscando auxilio. Empezó a llamar por teléfono como un poseso.
           En algún momento, mientras se encontraba especialmente alejado (recalco lo de especialmente), apareció San Antonio. Me pidió disculpas, su trabajo en estos tiempos estaba lleno de riesgos, la estadística de fracasos le estaba generando un  larvado sentimiento de culpabilidad. Arregló el coche (era mucho más fácil que buscar novio, dijo) y  saludó con un gesto ambiguo cuando me vio partir al volante. Aún alcancé a ver su perfil dubitativo, apenas un borrón en la niebla, mientras yo iba dejando atrás, en segunda, aquel biombo, el último fracaso del santo, a Ramón tecleando su móvil…  Y casi todo mi pasado, pensé mientras abatía, para siempre, el retrovisor.

sábado, 26 de enero de 2013

El lugar donde vivimos. Robert Adams.

          Aquella infancia extraviada, la carretera secundaria donde el presente es una recta sin horizonte, el tronco segado a través de un bosque de sueños. Lugares perdidos en busca de una mirada sepia que los amnistíe.

         Cualquier aparcamiento con las rayas de la vida borradas en el suelo. El niño que éramos, por supuesto, visto de espaldas. El cuarto de estar del tedio, con sillones de escay y papel pintado en la retina, en la rutina. Lugares escarbados en los bajos de la memoria.   
      
          Ramas punteando parameras de olvido, colinas tras las que ha huido el horizonte, surtidores de gasoil y soledad. Lugares despojados de ternura, huérfanos del dramatismo de los cuentos que nunca escriben los vencidos.

          Lugares.  Sin buscarlos, los encontré, ayer, en el ojo ausente de esa cámara que retrata un devenir en blanco y negro. De ésa cámara que se deja seducir por las sombras y la desolación. Ese lugar, dijo el autor acerca de uno de sus personajes, ese lugar era él, desde el amor que le profesaba.

          Lo dijo por él mismo, por mi, por todos nosotros. Ese lugar somos todos y cada uno. El lugar donde vivimos.


       (El lugar donde vivimos. Robert Adams, fotografía. Museo Reina Sofía, Madrid 2013)
http://www.museoreinasofia.es/exposiciones/actuales/adams.html

jueves, 24 de enero de 2013

Del ocaso en los cafés


 
Se emborronan de ocaso las figuras
enmarcadas en la ansiedad del vidrio,
empieza a refrescar, y el camarero
intuye por oficio el desvarío
sobre la mesa seis,
                                  hay unas gotas
de alivio y ron en semejantes casos
que se mecen sobre la copa intacta, 

ella espera, como todos, un instante
oculto en la alacena del futuro,
quizá  pueda ser hoy, aún es martes
frente al escaparate de de los sueños.

                                            (Fragmento. Premio La lectora impaciente, Junio 2011)

martes, 22 de enero de 2013

Con red


              Era el único que mostraba interés por ella. Así que se enamoró de Facebook. Ante las burlas de sus nuevos amigos virtuales, pasaba el día intentando explicar a su amado cómo se sentía. Experimentó esa delictiva felicidad que hace a los enamorados recitar incesantemente la misma letanía, copiar y pegar el archivo donde se almacenan sus desvariados sentimientos.
         Repetir, copiar… Fue la primera fisura en su relación. Empezó a entristecerse cuando se dio cuenta de que su amante salmodiaba una y otra vez idéntico soniquete, como si no existiera otro horizonte para su amor. En vano intentó ampliar el abanico conversacional, aquellas tardes junto al muro. Publicó -para aquel dios en red- su desbordante pasión por los Oscar, sus conocimientos sobre filosofía post-existencial, o la mejor forma de saborear el cocido maragato. No resultó, él sólo parecía interesado en adivinar como se sentía aquella mujer cautiva. Vaya, cautiva.
          Lo peor fue descubrir que repetía a todas la misma pregunta. Y a todos, claro. Una tarde de ausencias, desengañada, dejó de frecuentarlo, renunció a aquella biografía compartida. Corolario evidente, obligada visita a un remendón de almas, medias suelas para los mocasines del amor.
          Al menos, tras su etapa de adicción sentimental, no había fronteras que cruzar. Suele ocurrir, una vez aprobada la selectividad del desamor. Ahora se comenta que ha empezado a coquetear con Twitter, que le resulta mucho más joven, más burbujeante. Y que –para calmar su fogoso deseo virtual- se acuesta con varios blogs todos los días. Para las caídas, está comprobado, es bueno tener red.

domingo, 20 de enero de 2013

Efervescencia cotidiana


          Ábrase la caja por la solapa y extráigase el prospecto, desplegando con cuidado las solemnes dobleces del papel. Búsquense las gafas de presbicia emocional para leer detenidamente la posología recomendada. Viértase agua del grifo o embotellada, en ningún caso el subversivo alcohol, hasta llenar aproximadamente medio vaso. Desléase -se permite un leve gesto de tristeza- el contenido del sobre en el líquido elegido, hasta que no forme grumos. No debe ser motivo de preocupación si se detecta a estas alturas un cierto temblor, una brizna de angustia efervescente.
           En ningún caso, durante el proceso, se debe ceder a la tentación de mirarse por dentro. Anularía los efectos del fármaco. Luego, mientras la desazón comienza su tarea, bébase la pócima a pequeños sorbos. El paracetato soluble de realidad cotidiana no suele presentar contraindicaciones. En todo caso, es preferible no mezclarlo con poesía o música barroca. Nuestros laboratorios lo han demostrado, produce el mismo efecto que escuchar informativos, pero ahorra tiempo y, sobre todo, se digiere mejor. Especialmente en esas horas arrugadas, cuando ya no queda  nada en qué creer y, por los desvanes vencidos de humedad, nos acechan los sueños oxidados.

sábado, 19 de enero de 2013

Por las veredas


 
Dijeron por la radio, o eso creo,
que brotan senderuelas en los sueños
alineados de todas las cunetas, 

eso dijeron por la radio,
                                       y yo,
que nunca escucho los informativos,
cogí aquella cesta donde están tus ojos,
traslúcidas esporas de un pasado
huido, busqué incluso
la navaja dulce de tus labios
donde entallar con mimo las quimeras, 

y salí, me fugué por las veredas,
furtivo entre los surcos de esa vida
empeñada en brotar a quemarropa.
 

 

jueves, 17 de enero de 2013

Prensa atrasada


             Tenía por costumbre leer el periódico atrasado que los camareros tiraban, al cerrar, en la puerta del restaurante. No importaba demasiado que las noticias fueran del día anterior. Al fin y al cabo, las novedades no eran sino clones impresos de las novedades de ayer, fotocopias en una vida ya contada en otro diario anterior … Lo leía sin convicción, con la desidia nocturna de quien nada espera.
             Hasta que una noche, en la página de esquelas, se enteró de su propia muerte. Por la de sucesos, supo que una cornisa desprendida lo había aplastado la noche anterior, mientras recogía el diario atrasado a la puerta de un restaurante. Por una vez, el periódico le pareció interesante. Tanto, que no vio como, sobre su cabeza, se desprendía la cornisa.

miércoles, 16 de enero de 2013

Cenicienta XXI



Qué consuelo leer
bajo el deshielo gris de la alborada,
el cuento áquel en que un zapato
ajusta en tantos pies como se sueñen, 


y que hay vida para los desahuciados
aunque suenen las doce,
                                       y la carroza
donde viaja el amor
se convierta en billete de autobús.
 

domingo, 13 de enero de 2013

Beso por ciento


            Mi primer amor se remonta a la época en que aprendíamos quebrados y porcentajes, tema que –por cierto- se me daba de maravilla. Ambos lo teníamos organizado de forma equitativa, yo la amaba con locura y ella se dejaba ayudar con las fracciones. Como muestra de gratitud, tras copiarme íntegro el exámen de cuarto, una tarde aceptó mi amor.
-Mi vida, eres mi vida, mi vida entera. Toda mi vida -subrayó, obsesiva.
                   Y rozó levemente mi mejilla con sus labios de suntuosa carnosidad. Mientras volvía a casa, minutos más tarde, empecé a calcular, creo que ya he citado mi afición por los porcentajes. Convertirme en “toda” su vida me agobiaba. Si se hubiese conformado con la tercera parte o con un cuarenta por ciento, como máximo, hubiera valido. Pero el cien por cien de una vida era demasiado. Todo dividido entre todo, la unidad absoluta. Y eso, debo confesarlo, me parecía demasiada unidad. Mientras cogía el ascensor hacia el piso interior donde dormitaban mis viejos, tomé la decisión.
               Han pasado treinta y dos años y no la he vuelto a ver. Tampoco me arrepiento, pero a veces, en las tardes nubladas, me retorna el leve roce de sus labios suntuosamente carnosos sobre mi mejilla. No sé si es exactamente eso, o algo parecido, pero me gusta mucho. Bueno, ustedes ya me van conociendo, toda esa pasión matemática... Me gusta exactamente un sesenta y tres por ciento de mucho.

sábado, 12 de enero de 2013

Noche por-venir


Esa noche sería Dios, estaba convencido,
y en todo caso, ya estaría muerto,
así que, a media tarde,
bajó a la calle para aventar los sueños,
tomar un par de vinos
y desangrar su ayer por las alcantarillas. 

Ignoraba, quizá, que en el rellano
-de retorno al presente- encontraría
una caricia entre los escalones,
unos dedos preñados de nostalgia,
puede que hasta un abrazo
impregnado de luz, y la sospecha
de que, aún estando vivos,
en las noches sin alma, Dios no existe.

viernes, 11 de enero de 2013

Las posibles (o no) vidas de Mr. Nobody

          Mientras uno no elige, todo sigue siendo posible. ¿Qué hubiera pasado si...? En su viaje de vuelta, como último humano destinado a morir, Nobody decide no elegir y vivir intensamente la experiencia que cada camino a escoger le haya deparado, bien porque lo haya escogido reflexivamente, bien porque una hoja posada en el suelo o una gota de lluvia, lo hayan determinado.

          El humo sale del cigarrillo de papá, pero nunca vuelve a entrar. Ejemplar modo de narrar una vida que son muchas, como todas las nuestras, que podrían haber sido otras diferentes. En Las posibles vidas de Mr Nobody, Van Dormael subvierte el escrito sentido de las cosas, y nos coloca delante de un espejo infinito, donde aparecen todos nuestros yos, los que somos, y los que podríamos haber sido.
                            
             
 
          Etiquetas: Ciencia-ficción, peli de culto, guión original, barroquismo visual... Desetiquetado, simplemente cine. Así no tenemos que elegir, y -por consiguiente- todo, todo, sigue siendo posible.



miércoles, 9 de enero de 2013

..., vida nueva (y 4): Coleccionar algo


                Fotos rancias en el tercer cajón del alzheimer. Rostros velados por el recuerdo de quien creímos ser. No va a resultar, me reafirmo. Bueno, coleccionar pisapapeles valdría, si hubiese papeles que pisar. Papeles, papeles… Pero quién no actúa en estos tiempos, quién no borda el papel de los afectos, quién no recibe el aplauso de ese rincón de la claque al que hemos regalado entrada en nuestras vidas. Entrada con derecho a todo, y sin puerta de salida.
                 Lo tengo decidido, sobrecitos del azúcar de los bares donde me emborraché de mí mismo. Puede ser una colección dulce, sobre todo si no se rasga nunca el papel que aprisiona las renuncias. Ocupa poco y -si agitas con nostalgia los paquetitos- se oye un rumor como de vidas ajenas, impostadas. Y, algún día, cuando ya vaya a partir el autobús sin final de línea, haces una montaña y dejas que una gota de café, levemente amargo, los convierta en esquela. Y en olvido.

lunes, 7 de enero de 2013

..., vida nueva (3): Dejar de fumar


              Ya me habían advertido que mataba. Pero pensé que se referían al tabaco, no a este absurdo ejercicio de subsistencia. Les cuento, todos los días, a esa hora indecisa de la angustia, me paro a la puerta del estanco. Veo convertirse en humo los trajes de chaqueta con bicho dentro, las miserias cotidianas hablando por el smartphone, el vacío de los cuerpos acelerados en almas de crédito. Humo, como yo, como todos.
          Voy a retirar todos los ceniceros, recuerden que es un propósito de año nuevo. Todos al arcón de la memoria. Todos, incluso el que lleva grabados los nombres que creí amar. No quiero recaer en la tentación. Algunos lo llaman vicio, pero qué sabemos nadie de adicciones, de heroicos precipicios. Otros lo llaman vida.
           Al menos, si alcanzo mi propósito, ahorraré algo. Echaré las ilusiones fingidas en el lomo de un cerdito con tedio en la mirada. Suenan muy bien cuando se agita la hucha de los sueños desahuciados. Pobre cerdito con ilusiones que son, también, humo.
           Humo. Como yo, como todos.

domingo, 6 de enero de 2013

Preguntas


                                    Para Ángel, y para mis amigos de Betesda, lo prometido…

        ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Me vas a sacar en el ordenador? ¿Tienes una foto mía? ¿Cuándo voy a salir? Tus preguntas, sin respuesta, sobrevuelan las volátiles entradas de los blogs y las páginas de los libros entintados de vanidad. Claro que puedes.
       ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Te comiste las doce uvas? ¿Dónde has pasado la nochebuena? ¿Qué te van a traer los Reyes? Tus preguntas, sin respuesta, quedarán sobre el parqué de mi salón, cuando se haya retirado ya el espumillón, el congelador de la ilusión esté vacío, y la rutina haya barrido el confetti de las imposturas. Claro que puedes.
          
           ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Te sientas a mi lado? ¿Quieres ser mi amigo? ¿Puedo ir a tu casa? Claro que puedes. Puedes, debes atronar con tus preguntas mis oídos de frecuencia sin modular. Verás, las iré guardando en una bolsa de plástico con asas al futuro, lejos del arbolito y el belén que ya nada me dicen. Serán tu regalo de Reyes para mí. ¿Quieres?, te pregunto yo, que tantas veces añoro ser como tú, ser tú. ¿Quieres?

viernes, 4 de enero de 2013

Recordarte, otro año más



Me acordé de ti esta nochevieja
sabiendo que no existes,
hacia la quinta uva,  más o menos,
puse en reset el hilo de memoria
que me conecta aún con la esperanza 

Poco después, mientras entrechocaba
vidrios silentes con desconocidos
y escuchaba reir a la impostura,
susurraste en un off de polvorones
retornos en vena, vendré, dijiste,
antes que se deshiele el sentimiento, 

hacia la madrugada comprendí el motivo,
siempre eliges fechas desoladas,
te conozco, no quieres confundirte
con las flores que, en falsas primaveras,
maquillan los ramajes de la ausencia.

jueves, 3 de enero de 2013

..., vida nueva (2): Aprender idiomas


          
             El de los sueños autistas, por ejemplo. Ojeo, hojeo, o jeo un diccionario de renuncias, que sólo tiene traducciones en un único sentido, el común. ¿Para qué sirve la gramática de lo imposible? ¿Para qué las conversaciones hacia dentro? Como empiece con preguntas de segundo ciclo, voy a coger manía a este lenguaje de vencidos. La pe con la a, tampoco. Esta vez tampoco.
           Traduzco tres tristes tigres trazan triángulos trigonometricos en un páramo de soledades. Este idioma sí es universal, y no el esperanto ése. Esperan-to (apócope de todo, en el idioma de los que nada esperan). Mejor, eso lo sabe cualquiera, me dedico al chino, que tiene más futuro.
           Al menos, probaré a enamorarme de la profesora. Mientras ella no pretenda entender mi idioma, todo irá bien. Evadido del pupitre, haré como que la beso, mientras recito que mi sastre es rico. Está tan atractiva así, con su idioma carnoso en los labios mientras yo traduzco sus deseos y memorizo, otra vez, el verbo de esta lección segunda. Comenzar. Comenzar, comenzar. Sin embargo, me deshabita el olvido. Sin traducción posible.

martes, 1 de enero de 2013

..., vida nueva (1): Hacer deporte

                     
               Ponerme en forma, tengo apuntado. Salgo a la calle. Se nota que es añonuevo por esa especie de tristeza postcoitum y los envases de olvido en los rincones. Las suelas de mis botas nuevas pierden su impoluta dignidad en un charco de remordimientos. No importa, troto un pequeño trecho. Hacia la ausencia, acaso.
             Al borde del semáforo, por ambos extremos de la calle, aguardan para cruzarse las mentiras que dije y los sueños que callé. Anhelan todavía el milagro rutinario, el muñeco verde con su feroz permiso para seguir. No me queda otra acera donde llegar. Parpadea el ámbar de mi vida, de mis vidas. Mejor voy al parque, propongo, y ya sé que me he perdido, que circulo por las aceras del extravío.
              Entre los arbustos recortados, mi infancia, otra vez caída del columpio. Es posible que le quede para siempre la huella de varios puntos suspensivos y una cicatriz en el recuerdo. Me expulsan del recinto, ya no sé decir mamapís. El retorno como única huída.
              No cogeré el ascensor, es propósito de año nuevo. Subo las escaleras como el cartero con una ilusión certificada. En el descansillo del segundo, hecha un ovillo, se agazapa mi alma. Llevo cincuenta y siete años esperando, me regaña, ya temía que no vinieras. Posiblemente no he rebajado peso, al contrario, acumulo veintiún gramos de más en el bolsillo interior del pantalón, y eso que mi alma se acuna en cualquier sitio.
               Veintiún gramos y una fotografía en la cartera que no se parece a la infancia caída del columpio. Esta afición mía por los áticos desolados. No soy el que fui, dice mi mujer, con un reproche añejo, al abrir la puerta del presente. Propósitos de año nuevo, mañana será otro día.