martes, 23 de abril de 2013

SEXTOBÉ (y 2)


             ... Bebo otra vez, y dejo caer el resto de cerveza, lentamente, sobre la fotografía. Debo despedirme de la mentira de los sextobés. En un instante apenas, se desdibujan los recuerdos entre un charco dorado. Quizás, a estas alturas, Gómez Recio está enfermo, sometido a radiaciones en algún cuarto aséptico. Merino puede ser un honrado y triste padre de familia, Juárez un divorciado en crisis, y Heras, un empresario que, cada día, elige una corbata a juego con su traje gris de superviviente. ¿Qué decir del padre Ródenas?  Deduzco que estará muerto, pero de vivir tendría más de cien años, y ya no podría levantar al flaco León –ahora menos flaco y menos rebelde- agarrándole por las patillas.

 

         Quizá, de una forma u otra, todos, también yo, que no me reconozco en la foto, estemos muertos. Es muy posible, cavilo mientras saco otro botellín de la nevera y degüello su chapa como si fuera un recuerdo. A tres metros de mí, sobre la mesa lacerada, esa cartulina del pasado se retuerce en humedades, desdibujando para siempre aquellos rostros de sextobé. Buenos tiempos, aquellos, aunque entonces no fuéramos capaces de comprenderlo. Bebo, ustedes comprenderán.

miércoles, 17 de abril de 2013

SEXTOBÉ (1)


             Bebo un botellín y veo la foto de 6ºB. Fueron buenos tiempos aquellos, con su tabla periódica de moratones, y las ilusiones examinándose de reválida. Ignoro qué ataque de nostalgia ha puesto en mi mano esta imagen descosida, que mira con recelo hacia la otra mano exultante de cerveza. Reconozco a Merino, tan espigado y huraño, al cachondo de Juárez, a Heras, con su jersey gris a rayas horizontales. Puedo encuadrar sus rostros, y otros varios, en ese instante fugaz, previo al recreo. El gesto irónico de Gómez Recio y –en el ángulo superior derecho del grupo- la impronta vigilante del padre Ródenas, unos minutos antes, posiblemente, de elevar un palmo del suelo al flaco León, siempre tan rebelde, agarrándole por las patillas.


           
            Doy un sorbo, alejo mis ojos presbiciados para afinar detalles. Podría, aunque no lo haré, rememorar todos los nombres, afincarlos en sus rostros atónitos, emergidos entre los bancos escalonados para decir aquí estamos, aquí estuvimos. Podría revivir aquel año sin telarañas, donde los hiposulfitos tenían el aspecto de esas tías en pelotas de las páginas impresas. Podría, pero no lo haré, no quiero llegar a ese esbozo de hombre que sonríe, sin saber por qué, el tercero a la izquierda de la fila superior. A ése, lo sé muy bien, no lo reconocería. Hace años que desertó de su pasado, que vagabundea, como un exiliado de sí, por apartamentos donde no quedan ya cajones que acunen en su interior las delatoras fotos del pasado... (continuará)


sábado, 13 de abril de 2013

Juegos de mesa, probablemente



Pensando en ella, una mañana

rescató el viejo scrabble polvoriento

del fondo del arcón,

                                 hacía tiempo

que nadie lo retaba, y no sabía

si ahora el resto de los jugadores

aceptarían la palabra amor.




martes, 9 de abril de 2013

Escenas en el parque


              Resbala balón ante hombre sentado en banco. Proyección en algún parque de esta película que casi nunca nos apetece ver. Pasa un niño detrás, con deportivas a listones negros y la mochila de los recuerdos aún vacía. Travelling de aromas a lilo y descubrimientos al filo de la esperanza. Una pareja de jubilados discuten en pantalla, reafirman el deterioro de cuanto los circunda, todo hundiéndose a su alrededor, mientras caminan a paso gimnástico, receta del dietista de la supervivencia emocional. Fundido en verde, y castaños de indias jugando al escondite con la luz esquiva.

             Zoom hacia dentro. Cámara ante el espejo de un estanque vacío, un cartel avisa que hay una fuga en el circuito que recicla las aguas tapizadas de angustia. Primer plano de hombre en el parque, aspirando el murmullo de madres primerizas y perros girando –también ellos- en círculo. Antes de que la pantalla pase a la siguiente escena, pongamos vermú desde terraza al sol, el hombre arroja a la papelera azul el último recuerdo.

           Podría ser una lágrima eso que se desliza en eslalon por las arrugas de su presente. La iluminación contrastada lleva a cierta confusión. Podría ser una lágrima, o quizá no. En todo caso, un imprevisto sin importancia, nada imposible de arreglar con un toque sutil de maquillaje. El hombre abandona el parque, remendado. Sigue el rodaje, cámaras. Sigue la farsa, acción.

viernes, 5 de abril de 2013

Trampas para perder



                                               A Nuria Lobo, entre resplandores de queimada

          Me gusta hacer trampas cuando juego. Trampas para perder. Esconder un as bajo los sueños, por ejemplo. O arrojar al olvido la mano ganadora. Me gusta hacer trampas para perder. Resulta tentador el gesto del vencedor cuando abandonas, la palmada condencesdiente por la espalda, el hilo de ternura destilado en la mirada triunfante de quien ignora el precio de su victoria... 
         Me gusta hacer trampas para perder. Es mi táctica preferida, y me va bien con ella, incluso he alcanzado un cierto prestigio en los casinos de las relaciones. No va más. Lo pone en la solapa del instructivo Manual sobre ludopatía de los sentimientos: En el azaroso juego de la vida, todo vale.